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.Ni siquiera los médicos de Mileto consintieron enembarcar en nuestras naves, si bien prometieron cuidar gratuitamente delos heridos en la ciudad, después de la victoria.No, no confies en encon-trar a un médico que quiera subir voluntariamente a tus naves piratas.-Nadie puede llamarnos piratas por el hecho de que pretendamoscontinuar la guerra en aguas enemigas, después de la vergonzosa ren-dición de nuestros aliados -arguyó Dionisio-.Recompensaré a este médi-co, así como a todos aquellos que se unan a mi.-Aunque sobreviviese a esta aventura, ¿qué placer le reportarían susriquezas el día en que fuese reconocido y se descubriese su pasado? Nadiequerría salir en su defensa.60-Turmo -dijo Dionisio friamente-, mucho me temo que tendré quedejarte en Cos, a menos que dejes de decir necedades y hagas algo útil.Lancé un suspiro, me alejé de él y comencé la búsqueda.De pron-to reparé en un hombrecillo que se mantenía separado de los demás.Su aspecto me resultaba tan familiar que lo saludé alegremente antesde reparar en que llevaba un caduceo en la mano.Su rostro era redon-do y su mirada inquieta.Tenía el entrecejo fruncido, como si algo lepreocupara.-¿Quién eres? -le pregunté-.En la oscuridad creí reconocerte.-Me llamo Micón -respondió-.Estoy consagrado al dios, pero si nome das el santo y seña no podré reconocerte.-Micón -repetí-.Durante la expedición a Sardes conocí a un alfa-rero ático que respondía al mismo nombre.Fue a la guerra con la espe-ranza de ganar suficiente botín para abrir su propia alfarería, pero vol-vió a Atenas tan pobre como había salido de ella.Era un hombre robusto,cuyos brazos parecían nudosas raíces.Cuando huíamos de los persas mesentí seguro a su lado.Sin embargo, su trato nunca me inspiró un sen-timiento de familiaridad mayor que el que me produce tu presencia.-Has llegado en un momento oportuno, extranjero -me dijo-.Miespíritu está inquieto y humea como la ceniza agitada por el viento.¿Quéquieres de mí?Para sondearlo no escatimé elogios a Esculapio, ensalzando la famadel templo y la ciencia de los médicos de Cos.Sin embargo, él replicó:-Las barbas blancas no son siempre signo de sabiduría.La tradicióncura, pero también estorba.Sus palabras me sorprendieron.-Micón -le dije-, el mundo es grande y la sabiduría no se encuen-tra en un solo lugar.Aún eresjoven.¿Por qué permaneces aquí, inter-poniéndote en el camino de los persas?Él me tendió la mano con gesto amistoso.-Conozco otros lugares además de Cos.He viajado por muchos pai-ses, incluido el lejano Egipto; hablo varias lenguas y estoy familiarizadocon enfermedades que aquí son desconocidas.¿Qué deseas de mi?El contacto de su mano me fue tan familiar como el de la mano deun viejo amigo.-Tal vez no seamos otra cosa que esclavos del destino, Micón.Nuestrocapitán necesita un hombre como tú.Me ha ordenado que te señale,después de lo cual sus hombres te golpearán hasta dejarte inconscien-te y te arrastrarán luego a bordo de nuestra nave.Él ni siquiera pestañeó y siguió mirándome con expresión inquisitiva.-¿Por qué me previenes, pues? No tienes traza de griego.611Mientras me miraba sentí una fuerza irresistible que surgía de miinterior y me obligaba a levantar los brazos, con las palmas de la manohacia abajo, en dirección al hilillo dorado de la luna nueva.-En verdad ignoro por qué te prevengo -confesé-.Ni siquiera séquién soy.Todo lo que sé es que ha llegado el momento de la partidatanto para ti como para mi.-¡Partamos, pues! -dijo riendo, me tomó del brazo y me condujo apresencia de Dionisio.Estupefacto ante lo súbito de su decisión, le pregunté:-¿No deseas despedirte de alguien o recoger tus ropas y pertenencias?-Si me voy, lo haré con lo que llevo puesto -dijo-, o de lo contra-rio mi partida carecería de sentido.Desde luego, sería conveniente quetuviera mi caja de cirujano, pero mucho me temo que si voy a buscarlame impidan partir, a pesar de que aún no he pronunciado el juramento.Dionisio le advirtió que no debía regresar.-Si te unes a mí sabré recompensarte.-Voluntariamente o por la fuerza., palabras y sólo palabras -dijoMicón alegremente-.Unicamente sucederá aquello que tenga que suce-der, y contra esto nada puede hacerse.Lo acompañamos hasta nuestra nave.Dionisio hizo sonar la trompaconvocando a los tripulantes y nuestras galeras abandonaron las aguasdel puerto, que parecían un tranquilo lago de color amatista.Cuandozarpamos de Cos, la luna de la despiadada diosa virginal brillaba comouna delgada lámina en el cielo.CAPÍTULO VRemamos hasta hallarnos en mar abierto y perder totalmente de vista latierra firme.Los remeros resollaban y algunos vomitaron incluso la opí-para comida que habían ingerido en Cos.Maldecían a Dionisio y grita-ban encolerizados que era absurdo, casi demencial, remar de aquellamanera, pues las reglas más elementales de la navegación decían quenunca debe perderse de vista la tierra, pues de ese modo siempre se sabecuál es el rumbo a seguir.Dionisio escuchaba risueño estas furibundas quejas y repartía lati-gazos entre los más locuaces, no tanto impulsado por la furia, como porsu extraño concepto de la benevolencia.Los remeros lo cubrían de insul-tos infamantes, pero ninguno de ellos dejó de remar hasta que él orde-nó que las naves se acercasen unas a otras y se sujetasen entre si conlos garfios de abordaje, para pasar la noche.-No es que os compadezca -dijo a sus hombres-, pero estoy segu-ro de que la embriaguez que produce la batalla ya se ha disipado, dejan-do vuestras cabezas más maltrechas aún que vuestros cuerpos.Ahora reu-nios en torno a mi porque tengo mucho que deciros.Mientras Dionisio hablaba, me extrañó que no elogiase el valor quesus hombres habían demostrado en Lade.En lugar de ello, los compa-ró con un pobre campesino que fue a la ciudad para comprar un asnopero después de gastarse el dinero en vino se vio involucrado en unapelea para despertar a la mañana siguiente sin sandalias, con la ropa des-garrada y cubierta de sangre, en una casa desconocida.Lo rodean gran-des riquezas y cofres llenos de tesoros y comprende que ha irrumpidoen la mansión de un noble.Pero no se siente feliz sino horrorizado, por-que comprende que en aquel mismo momento lo persiguen y que debeabandonar toda esperanza de regresar alguna vez a su hogar.Dionisio hizo una pausa y miró a su alrededor.-Esta es la situación en que os halláis, amigos míos.Pero agradeceda los dioses el que os hayan dado un capitán que sabe adónde va.Yo,Dionisio, hijo de Focea, prometo no abandonaros.No os pido que mesigáis únicamente por el respeto que inspiran en vosotros mi fuerza y miastucia superiores, para no hablar de mis cualidades como navegante,62 63que jamás podréis igualar.Os pido que reflexionéis cuidadosamente.¿Hay alguien más calificado que yo para mandaros? Si es así, que dé unpaso al frente y que lo diga.Nadie se adelantó para poner en duda la autoridad de Dionisio, conlo que él accedió a revelar sus planes.-Después de la pérdida de jonia ya no podemos regresar a Focea.Perola flota persa se está reponiendo de los daños sufridos y pronto se dirigirá abloquear Mileto y las ciudades de sus aliados.A consecuencia de esto el marse hallará a nuestra disposición.Por lo tanto, voy a ofrecer un sacrificio aPoseidón para que mañana por la mañana nos conceda viento favorable
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